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Cada año se abandonan millones de animales de compañía en el mundo entero, y España tiene el triste honor de encabezar la relación de países con el mayor número de abandonos de la Comunidad Europea, con una cifra que se estima en torno a los 200.000. Y decenas de miles de ellos mueren atropellados en nuestras calles y carreteras, ateridos de frío o deshidratados de calor; de inanición o carcomidos por espantosas enfermedades o, sencillamente, sacrificados por entes gubernamentales en cumplimiento de la Ley de turno, incluso en ocasiones gaseados y sufriendo una prolongada agonía…

 

¿Por qué les abandonamos? ¿Quizás porque carecemos de la cultura, educación, sensibilidad y respeto por la vida que otros países sí tienen? ¿Quizás porque nos puede nuestro espíritu consumista y meramente utilitario? ¿Quizás porque no nos importa lo más mínimo que se reproduzcan sin control? ¿Quizás porque un día nos levantamos y descubrimos que condicionan nuestra vida profundamente (paseos, veterinarios, alimentación, ruido, necesidad de jugar…)? Ya nos hemos aburrido de él y, desde luego, no pensamos sacrificar nuestras vidas –y menos las vacaciones- por su culpa…

 

Tenemos la solución al alcance de nuestras manos
En nuestra calidad de individuos tenemos que hacer frente a nuestras responsabilidades. La llegada de un animal de compañía a la familia debe ser un acto madurado y muy meditado, porque son obsequios forrados de ilusión, cariño, compañerismo y fidelidad que sólo deben ser recibidos cuando nos reconozcamos en nuestras limitaciones y condicionantes y, conscientemente, asumamos que durante siete, diez o quince años seremos capaces de honrar sus necesidades y cuidarlos adecuadamente. Sólo si asumimos que seremos capaces de hacernos cargo de su cuidado, alimentación, educación y necesidades afectivas y de diversión, en cada momento de su vida, estaremos en condiciones de compartir nuestra vida con un animal de compañía.

Un paso más allá de los individuos están las empresas del sector. El mercado de los animales de compañía facturó 700 millones de euros en 2007, sobre una estimación de 20 millones de mascotas (5,5 millones de perros y 4 millones de gatos) pero, pueden contarse con los dedos de una mano el número de empresas que se preocuparon por retornar algo de lo que percibieron de este rentable negocio en el que cada familia se dejó 1.500 euros al año.

Las decenas de miles de animales abandonados que aguardan una familia en nuestro país necesitan más comida, más productos veterinarios, mejores techos y más abrigo; necesitan comederos, bebederos y correas, y más voluntarios que les den un poco de cariño… Siempre más y mejor que lo que pueden ofrecerles con mucho esfuerzo, sacrificio y voluntad el casi medio millar de casas y centros de acogida, refugios y albergues que luchan a brazo partido por ellos en España.

Las empresas del sector también tienen una responsabilidad en esta materia, una responsabilidad social que –salvo honrosas excepciones- tienen que comenzar a enfrentar desde ahora mismo y con generosidad, sumándose a los individuos, a la Administración y a las organizaciones de salvaguarda y protección animal para que entre todos podamos girar la llave de las puertas que permitirán que todo animal abandonado tenga un hogar.

 

CADA CÉNTIMO MARCA
LA  DIFERENCIA
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